Thursday, February 24, 2011

Después

El 20 de enero tenía consulta, pero fui un dia antes porque no cedía la soltura de estomago y .aproveché para dejar mis resultados de conteo de CD4. El Dr. me mandó a hacer unos exámenes de copro, y también me pidió que fuera a hacer un estudio de carga viral. Más angustia.
Resultó que sí tenía amibas, tomé el tratamiento, y de paso antibióticos porque los CD4 habían bajado de 486 a 380 y el Dr. quería que evitáramos una enfermedad oportunista. Poco a poco me fui mejorando del estómago por efecto del metronidazol. Fui muy feliz cuando, después de más de un mes, empecé a hacer evacuaciones sólidas.
El 8 de febrero tenía consulta, pero "se me olvidó" que era a las 9:00 y llegué a las 11:30; el Dr. se rehusó a atenderme porque tenía ya muchos pacientes por delante. No se me olvidó la hora de la tcita, más bien me auto-sabotée. Años de terapia me han ayudado a conocer los recovecos de mi subconsciente.
Al día siguiente llegué, ahora sí a las 9:00. Después de las preguntas de rutina y un poco de información, el Dr. empezó a escribir la receta: Norvir, Reyataz y Truvada. ¿Tres medicamentos?, pensé, sin atreverme a preguntar. Pero, si los demás solamente toman dos... o uno. Bueno.
Mi amigo Jorge me había dicho que, cuando él empezó el tratamiento en noviembre pasado, tuvo náuseas, dolor de cabeza, sueños sicodélicos, cansancio extremo y mucho sueño, sobre todo el segundo día. Así que aplacé mi primera toma para el viernes 11 de febrero de 2011 a las 10 de la noche, pues el sábado podría descansar. Un día antes, organicé las pastillas en mi pastillero cortesía de Lilly con capacidad para cinco tomas.
Al sonar la alarma del reloj, cerré los ojos, dirigí una oración al Altísimo, pidiendo su anuencia y su protección y tragué las tres pastillas con un vaso de agua. Ya no había marcha atrás. Se reventó la burbuja. Crucé la línea divisoria.
Para mi sorpresa, no se presentaron molestias como las que sufrió Jorge, si acaso un poco de dolor de cabeza, una ligera acidez estomacal (he tenido mucho peores) y un poco de cansancio y dolor muscular. Antier volví a una consulta de rutina y al Dr. le agradó que no hubiera habido rechazo. Nueva consulta en 30 días más y después de eso un examen de carga viral para comparar.
Estos días me he sentido más feliz, más vivo que nunca, con muchos deseos de cantar, de reír, de ser feliz y amoroso, de pasar tiempo con mis amigos, de correr hasta cansarme, de nadar, de vivir. Me encanta despertar antes de que salga el sol, ver sus primeros rayos, las plantas retoñando y anunciando que la primavera está cerca, los autos, la gente, las nubes, el viento, el aroma de mis azahares, los ojos de mi perro.
Incluso me estoy enamorando como loco, todo el día pienso en él, sueño con besar sus labios, abrazarlo, reírnos juntos, compartir muchos momentos juntos de aquí en adelante. He vuelto a cantar, y escucho canciones que hablan de amores secretos, inconfesados.
Pero él no lo sabe, creo que no se ha dado cuenta. Él también es seropositivo. Él sufre por alguien que ya no está, regresó a su ciudad de origen. Hace poco empezamos a platicar todos los días, con más confianza y apertura. Me cuenta que lo extraña y que quiere que vuelva, yo lo escucho sintiendo que el corazón se me encoge y que me lleno de celos. Y yo que ya no aguanto las ganas de decirle todo lo que siento por él.

Antes

Por fuera, parecía que todo estaba normal. El año se acercaba a su fin, el otoño pasó a ser invierno y la Navidad estaba a la vuelta de la esquina. Me emocionaba planear mi viaje de fin de año en Las Vegas.
No obstante, por dentro se desarrollaba una tormenta de angustia y ansiedad. Sentía tanto miedo y desesperación, lamentando amargamente estar solo, vivir solo. Tenía tantas ganas de que alguien se fuera a dormir conmigo, sólo para hacerme compañía, para darme tranquilidad, sólo para que eso me permitiera dormir.
Los hechos violentos consecuencia de la guerra entre narcotraficantes empezaron a ser cosa de todos los días en mi ciudad, y esto aumentó al máximo mi ansiedad y desesperación; mi mente, sin control, me decía que en cualquier momento podían asaltarme, que me secuestrarían, que me tocaría la mala suerte de estar en medio de una balacera, que los ladrones entrarían a mi casa mientras yo dormía. La tensión era insoportable.
En el trabajo estaba irritable. No comprendía yo mismo por qué había dejado de ser una persona ecuánime, de buen humor, sereno.
Mis vacaciones a Las Vegas casi fueron una pesadilla, pues enfermé de faringitis a causa del intenso frío, y tenía el estómago destrozado por una presunta amibiasis y porque los fuertes antibióticos barrieron con mi flora intestinal. Todas las evacuaciones eran aguadas, aunque no diarreicas, y esto me hacía recordar con angustia que en los primeros años del sida, las diarreas eran el signo del fin.
Gracias a la sicoterapia que llevo desde hace varios años, aprendí a ver que sí, efectivamente me enfermé un poco de la garganta, pero más que nada estaba terriblemente enfermo de angustia y de miedo ante la inminencia del inicio del tratamiento.
Con la ayuda de mi terapeuta, pude decirme a mí mismo, en voz alta y con todas sus letras "pienso que me voy a morir muy pronto y tengo mucho miedo"; de este modo el fantasma del miedo se fue difuminando muy poco a poco.

Reencuentro

Pasó tanto tiempo, casi sin darme cuenta, la verdad es que me había olvidado de su existencia. Hoy por alguna razón desconocida volví a entrar a este blog mío, y me dio una gran felicidad recuperar mi espacio privado y personal, ese que tanto necesitaba para volcar tantas emociones que me ahogaban.
Deseo expresar mi más profundo agradecimiento a todas aquellas personas que dejaron comentarios, y lamento mucho, muchísimo no haber estado aquí para responderlos en su momento. Sin embargo, prometo seguir aquí todo el tiempo, he comprendido que este espacio es un lugar de encuentros en donde todos podemos ayudarnos y darnos ánimo.

Ese nuevo empleo, en el que todavía estoy, significó un gran cambio en mi vida. Significó alejarme de la persona que tanto daño me causó, y que casi con seguridad fue quien me transmitió la enfermedad, pues trabajábamos en la misma compañía. He aprendido a hacerme cargo de mi propia responsabilidad en ello, y me ha costado mucho trabajo aceptarla, pero esto no significa cerrar los ojos ante la realidad de su maldad.
Este empleo significó no sólo una mejoría económica, sino emocional; una revaloración de mí mismo, una sanación espiritual, una recuperación lenta y progresiva de mi auto-estima. Ahora veo que mi anterior empleo, rodeado de polvos finísimos de mármol que se iban directamente a los pulmones, de gases contaminantes y aguas podridas, representaba una suciedad asfixiante de la que felizmente me pude liberar.

Mientras tanto, seguí acudiendo a mis consultas médicas. Aún recuerdo que esos días amanecía con una ansiedad y un miedo casi insoportables, me sentía ahogar, sabía que debía tratarme pero deseaba fervientemente no tener que estar en esos lugares, en ese feo hospital, en esas horribles salas de espera. Ciertamente me faltaba mucho para aceptar mi condición de seropositivo. Tal vez todavía me falte.
Todo estaba bien. Era asintomático y los médicos decían que no era necesario iniciar el tratamiento, pues mi cuenta de CD4 no había descendido al nivel que lo hace necesario. Ese día de la consulta, mis nervios estaban de punto, tardé mucho, mucho tiempo en serenarme. Los demás días del mes podía olvidarme del asunto, pretender que no existía la enfermedad, que había sido sólo un mal sueño.
A mediados del año pasado decidí por fin acercarme a un grupo, en el que se reúnen personas seropositivas para compartir experiencias, noticias sobre avances médicos, consejos sobre suplementos nutricionales, ejercicios, dietas y actividades para cuidar y conservar la salud. Esto representó un gran paso hacia mi aceptación como parte de la comunidad VIH.
Mi amigo Alfonso falleció en agosto, apenas dos o tres meses antes le diagnosticaron un tumor cerebral, y aunque resistió una operación y el inicio de su quimioterapia, de pronto su cuerpo ya no pudo resistir más. Lo conocía de más de una década atrás, cuando era novio de mi amigo Pingüino. Y si bien no fuimos muy cercanos porque nuestros caracteres chocaban un poco, en sus últimos meses se aferró con mucho entusiasmo a mí, me preguntaba sobre meditación, me platicaba sus cosas, me confiaba su angustia de no poder ocultar el temblor de sus manos, lo que ningún doctor podía diagnosticar y sólo atinaban a decir "estrés".
Sólo unas semanas antes de su fallecimiento, Pingüino, quien fue el ángel que lo alojó en su casa cuando ya no podía moverse y también estuvo día y noche con él en el hospital, se enteró que había sido diagnosticado con VIH ocho años atrás. A nadie se lo dijo nunca. Nunca pidió ayuda, nunca se quejó. Su familia jamás lo supo tampoco. Al empeorar su salud, Pingüino se lo llevó a Guadalajara. Pero él se quería regresar a Monterrey. Y ya no pudo hacerlo. Cuánto, cuánto lloré su pérdida. Te amo, Alfonso querido, cuántas cosas pudimos platicar y no lo hicimos.

En septiembre tuve mi última consulta del 2010. El Dr. me citó para el mes de enero de este año, y me dijo que muy posiblemente ya iniciaría tratamiento.
A un nivel racional, ya había leído y aprendido lo suficiente como para saber que, mientras más pronto se inicie el tratamiento, mejor. Pero a un nivel inconsciente, lo único que sentía era miedo, miedo, miedo. Miedo a pasar del "antes" al "después" y todo lo que ello significa, miedo a pasar el punto de no retorno, miedo a las pérdidas, miedo a los efectos secundarios, miedo a la otra persona en la que me iba a convertir.
Pero sobre todo, de alguna manera, mientras no estuviera sujeto a la toma de medicamentos, podía engañarme a mi mismo y pretender que no era cierto, que yo nunca había sido diagnosticado con HIV y que no tenía nada que ver con eso (excepto los días que iba al doctor o a un examen).
Mientras que, una vez que empezara a tomar medicamentos, estos serían la prueba irrefutable y absoluta que me recordaría todos los días la verdad, contraje el (temible) virus de inmunodeficiencia humana.