Por fuera, parecía que todo estaba normal. El año se acercaba a su fin, el otoño pasó a ser invierno y la Navidad estaba a la vuelta de la esquina. Me emocionaba planear mi viaje de fin de año en Las Vegas.
No obstante, por dentro se desarrollaba una tormenta de angustia y ansiedad. Sentía tanto miedo y desesperación, lamentando amargamente estar solo, vivir solo. Tenía tantas ganas de que alguien se fuera a dormir conmigo, sólo para hacerme compañía, para darme tranquilidad, sólo para que eso me permitiera dormir.
Los hechos violentos consecuencia de la guerra entre narcotraficantes empezaron a ser cosa de todos los días en mi ciudad, y esto aumentó al máximo mi ansiedad y desesperación; mi mente, sin control, me decía que en cualquier momento podían asaltarme, que me secuestrarían, que me tocaría la mala suerte de estar en medio de una balacera, que los ladrones entrarían a mi casa mientras yo dormía. La tensión era insoportable.
En el trabajo estaba irritable. No comprendía yo mismo por qué había dejado de ser una persona ecuánime, de buen humor, sereno.
Mis vacaciones a Las Vegas casi fueron una pesadilla, pues enfermé de faringitis a causa del intenso frío, y tenía el estómago destrozado por una presunta amibiasis y porque los fuertes antibióticos barrieron con mi flora intestinal. Todas las evacuaciones eran aguadas, aunque no diarreicas, y esto me hacía recordar con angustia que en los primeros años del sida, las diarreas eran el signo del fin.
Gracias a la sicoterapia que llevo desde hace varios años, aprendí a ver que sí, efectivamente me enfermé un poco de la garganta, pero más que nada estaba terriblemente enfermo de angustia y de miedo ante la inminencia del inicio del tratamiento.
Con la ayuda de mi terapeuta, pude decirme a mí mismo, en voz alta y con todas sus letras "pienso que me voy a morir muy pronto y tengo mucho miedo"; de este modo el fantasma del miedo se fue difuminando muy poco a poco.
Ricky Gervais
3 years ago
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