Thursday, February 24, 2011

Reencuentro

Pasó tanto tiempo, casi sin darme cuenta, la verdad es que me había olvidado de su existencia. Hoy por alguna razón desconocida volví a entrar a este blog mío, y me dio una gran felicidad recuperar mi espacio privado y personal, ese que tanto necesitaba para volcar tantas emociones que me ahogaban.
Deseo expresar mi más profundo agradecimiento a todas aquellas personas que dejaron comentarios, y lamento mucho, muchísimo no haber estado aquí para responderlos en su momento. Sin embargo, prometo seguir aquí todo el tiempo, he comprendido que este espacio es un lugar de encuentros en donde todos podemos ayudarnos y darnos ánimo.

Ese nuevo empleo, en el que todavía estoy, significó un gran cambio en mi vida. Significó alejarme de la persona que tanto daño me causó, y que casi con seguridad fue quien me transmitió la enfermedad, pues trabajábamos en la misma compañía. He aprendido a hacerme cargo de mi propia responsabilidad en ello, y me ha costado mucho trabajo aceptarla, pero esto no significa cerrar los ojos ante la realidad de su maldad.
Este empleo significó no sólo una mejoría económica, sino emocional; una revaloración de mí mismo, una sanación espiritual, una recuperación lenta y progresiva de mi auto-estima. Ahora veo que mi anterior empleo, rodeado de polvos finísimos de mármol que se iban directamente a los pulmones, de gases contaminantes y aguas podridas, representaba una suciedad asfixiante de la que felizmente me pude liberar.

Mientras tanto, seguí acudiendo a mis consultas médicas. Aún recuerdo que esos días amanecía con una ansiedad y un miedo casi insoportables, me sentía ahogar, sabía que debía tratarme pero deseaba fervientemente no tener que estar en esos lugares, en ese feo hospital, en esas horribles salas de espera. Ciertamente me faltaba mucho para aceptar mi condición de seropositivo. Tal vez todavía me falte.
Todo estaba bien. Era asintomático y los médicos decían que no era necesario iniciar el tratamiento, pues mi cuenta de CD4 no había descendido al nivel que lo hace necesario. Ese día de la consulta, mis nervios estaban de punto, tardé mucho, mucho tiempo en serenarme. Los demás días del mes podía olvidarme del asunto, pretender que no existía la enfermedad, que había sido sólo un mal sueño.
A mediados del año pasado decidí por fin acercarme a un grupo, en el que se reúnen personas seropositivas para compartir experiencias, noticias sobre avances médicos, consejos sobre suplementos nutricionales, ejercicios, dietas y actividades para cuidar y conservar la salud. Esto representó un gran paso hacia mi aceptación como parte de la comunidad VIH.
Mi amigo Alfonso falleció en agosto, apenas dos o tres meses antes le diagnosticaron un tumor cerebral, y aunque resistió una operación y el inicio de su quimioterapia, de pronto su cuerpo ya no pudo resistir más. Lo conocía de más de una década atrás, cuando era novio de mi amigo Pingüino. Y si bien no fuimos muy cercanos porque nuestros caracteres chocaban un poco, en sus últimos meses se aferró con mucho entusiasmo a mí, me preguntaba sobre meditación, me platicaba sus cosas, me confiaba su angustia de no poder ocultar el temblor de sus manos, lo que ningún doctor podía diagnosticar y sólo atinaban a decir "estrés".
Sólo unas semanas antes de su fallecimiento, Pingüino, quien fue el ángel que lo alojó en su casa cuando ya no podía moverse y también estuvo día y noche con él en el hospital, se enteró que había sido diagnosticado con VIH ocho años atrás. A nadie se lo dijo nunca. Nunca pidió ayuda, nunca se quejó. Su familia jamás lo supo tampoco. Al empeorar su salud, Pingüino se lo llevó a Guadalajara. Pero él se quería regresar a Monterrey. Y ya no pudo hacerlo. Cuánto, cuánto lloré su pérdida. Te amo, Alfonso querido, cuántas cosas pudimos platicar y no lo hicimos.

En septiembre tuve mi última consulta del 2010. El Dr. me citó para el mes de enero de este año, y me dijo que muy posiblemente ya iniciaría tratamiento.
A un nivel racional, ya había leído y aprendido lo suficiente como para saber que, mientras más pronto se inicie el tratamiento, mejor. Pero a un nivel inconsciente, lo único que sentía era miedo, miedo, miedo. Miedo a pasar del "antes" al "después" y todo lo que ello significa, miedo a pasar el punto de no retorno, miedo a las pérdidas, miedo a los efectos secundarios, miedo a la otra persona en la que me iba a convertir.
Pero sobre todo, de alguna manera, mientras no estuviera sujeto a la toma de medicamentos, podía engañarme a mi mismo y pretender que no era cierto, que yo nunca había sido diagnosticado con HIV y que no tenía nada que ver con eso (excepto los días que iba al doctor o a un examen).
Mientras que, una vez que empezara a tomar medicamentos, estos serían la prueba irrefutable y absoluta que me recordaría todos los días la verdad, contraje el (temible) virus de inmunodeficiencia humana.

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